martes, 20 de octubre de 2020

CUANDO UN MASÓN RENUNCIA

Cuando un masón renuncia porque no puede ser amigo de todos sus hermanos de la Logia, quizás no le explicaron que la amistad en Masonería debe entenderse como una atmósfera y no como una relación obligada de todos con todos.

Cuando un masón renuncia porque se ofendió por alguna expresión, quizás no le explicaron que Masonería es una escuela de iniciática, donde no cabe la hipersensibilidad, porque todo el espacio está ocupado por la tolerancia.
Cuando un masón renuncia porque el monto de la cuota no es acorde con su presupuesto (por defecto o por exceso), quizás no le explicaron que La Logia es un corte transversal de su comunidad y que esto es válido también en lo económico.
Cuando un masón renuncia porque su logia hace poco en su comunidad, quizás no le explicaron que la Masonería hace filantropía, pero no es una institución filantrópica, que la Logia hace caridad pero no es una Institución caritativa.
Cuando un masón renuncia porque las conductas de algunos hermanos no tienen, a su criterio, las características acordes a nuestros principios en un ciento por ciento, quizás no le explicaron que La Logia está formada por hombres, no por ángeles, por hombres que tienen conciencia de su imperfección y el deseo de mejorar tal condición. Que la Logia, más que un conclave de perfectos, es un campo de entrenamiento para perfeccionarse.
Cuando un masón renuncia porque no le hicieron justicia a la hora de repartir los cargos, quizás no le explicaron que en Masonería no hay "carrera", que todos los cargos son puestos transitorios de servicio, que en Masonería "no se consigue, se da".
Cuando un masón renuncia por falta de información (no me lo dijeron, no me entere) quizás no le explicaron que todos los masones tienen a su alcance toda la información, que lo único que se requiere es consultarla porque el proceso de comunicación precisa además de emisores creativos, receptores activos.
Cuando un masón renuncia porque viaja mucho o tiene poco tiempo y no puede hacer cosas, quizás no le explicaron que en Masonería es ante todo un fenómeno individual y después un fenómeno colectivo porque se es las 24 horas del día y no solo durante la tenidas.
Que en Masonería no cabe lo de "si precisas una mano me avisas". Nadie debe avisarnos que se nos precisa, es nuestra tarea darnos cuenta.
GLE

martes, 13 de octubre de 2020

Napoleón Bonaparte


Napoleón medía un metro sesenta y seis centímetros; más o menos la estatura media de un francés de su tiempo. En su juventud había sido delgado, pero cuando se convirtió en primer cónsul comenzó a engordar. El rasgo más distintivo de su cuerpo era el pecho ancho, que encerraba pulmones de capacidad excepcional. Como hemos visto, esta particularidad física le infundía tremenda energía, una energía que se expresaba en la vida cotidiana a través de dos características:
Napoleón casi siempre estaba de pie o caminando, rara vez sentado, y poseía una capacidad verbal desusada. En su juventud a menudo se había mantenido en silencio, pero como primer cónsul llegó a ser un hombre locuaz.
Napoleón tenía la espalda ancha y los miembros bien formados, pero no eran miembros especialmente musculosos. Por ejemplo, sus muslos carecían de fuerza. Montaba su caballo como un saco de patatas, y tenía que inclinarse bastante hacia adelante para mantener el equilibrio; durante las partidas de caza a menudo el animal lo despedía.
Poseía un físico enérgico pero no poderoso, nada comparable con los de Augereau, Massena o Kléber. Carecía de proporciones, de peso y musculatura; y en su condición de soldado, en un arma distinta de la artillería, Napoleón probablemente no habría conseguido destacarse. Ninguna peculiaridad física puede explicar la velocidad con la cual su mente trabajaba.
Este cuerpo que irradiaba energía mostraba una sorprendente sensibilidad. La piel blanca y muy fina era muy sensible ante el frío, e incluso con un tiempo que para otros era benigno a Napoleón le agradaba tener un buen fuego de leña. Ciertamente, un fuego abierto era uno de sus placeres. Napoleón padecía una miopía muy leve, pero sus ojos grandes se mostraban excepcionalmente atentos, y captaban de una mirada el detalle más pequeño. Su sentido del olfato también estaba sumamente desarrollado. Napoleón detestaba los olores penetrantes; en su caso era una tortura encontrarse en una habitación recién pintada, u oler un desagüe aunque estuviese lejos. Insistía en que sus habitaciones oliesen a limpio, y de vez en cuando ordenaba quemar en ellas madera de áloe. Su sentido del gusto era menos agudo. A menudo comía sin advertir lo que tenía sobre el plato, y a menos que Josefina agregase el azúcar, podía beber sin endulzar el café que le servía después de la comida. Sin embargo insistía mucho en que sus alimentos estuviesen limpios. Cierta vez, mientras comía habas verdes, encontró un haba filamentosa; durante un momento creyó que estaba masticando pelos, y le repugnó tamo la idea que desde entonces siempre miró con cautela las habas verdes.
La cabeza de Napoleón era de tamaño mediano; sin embargo parecía grande porque tenía el cuello corto. Sus pies eran pequeños: veintiséis centímetros de longitud. También sus manos eran pequeñas y bellamente formadas, con los dedos alargados y las uñas bien dibujadas.
Durante la juventud y la edad madura. Napoleón mantuvo una notable aptitud física. A los veinte años, mientras atravesaba las salinas de Ajaccio, había pescado una fiebre muy grave y casi había muerto.
En 1797, durante la campaña de Italia, padeció de hemorroides, pero las eliminó después de aplicar tres o cuatro sanguijuelas. En 1801 tuvo un episodio de intoxicación con alimentos como consecuencia de la falta de ejercicio. El mal cedió a la fricción con una mezcla de alcohol, aceite de oliva y cebadilla, una planta mexicana utilizada para expulsar lombrices. En 1803, cuando estaba en Bruselas, contrajo una tos grave y escupió sangre, pero curó muy pronto el mal con la aplicación de ventosas. La dolencia más mortificante que Napoleón padeció fue la disuria intermitente, una enfermedad de la vejiga que dificulta la micción. En campaña, su escolta de caballería estaba acostumbrada a verlo inclinado sobre un árbol, a veces hasta cinco minutos, esperando la salida de la orina.
En general, se consideraba a Napoleón un hombre muy apuesto.
Tenía el cutis limpio y la tez pálida. La frente era ancha y alta. Los ojos eran gris azulado, y miraban fijamente. En cambio, la boca era flexible, y expresaba del modo más claro el estado de ánimo de Napoleón: en los accesos de cólera apretaba los labios, en la ironía los curvaba, y cuando estaba de buen humor los suavizaba con una agradable sonrisa.
El timbre de voz correspondía al registro medio. Aunque había fracasado en el intento de aprender alemán, y más tarde inglés, dominaba el francés y lo hablaba a la perfección; su oído para la música lo ayudó a perder completamente el acento italiano en la época en que abandonó la escuela. Generalmente hablaba con velocidad moderada, pero cuando estaba excitado lo hacía muy deprisa; de acuerdo con el embajador papal, «como un torrente».
Veamos de qué modo Napoleón, mientras revistaba las tropas frente a las Tullerías el 5 de mayo de 1802, impresionó a una inglesa sagaz, Fanny Burney. Su rostro «exhibe unas características impresionantes:
pálido casi hasta ser cetrino, mientras no sólo en los ojos, sino en todos los rasgos, la inquietud, el pensamiento, la melancolía y la meditación se manifiestan intensamente, con tanto carácter, más aún, genio, y una seriedad tan profunda, o quizá sea mejor decir tristeza, que afecta enérgicamente el espíritu del observador». Fanny Burney había esperado ver a un general victorioso que se pavoneara, pero descubrió, según dice, que tenía «mucho más el aire de un estudiante que de un guerrero». A juicio de Mary Berry, que también vio a Napoleón en 1802, pero estuvo más cerca de él, la «boca, cuando habla... exhibe una notable y desusada expresión de dulzura. Sus ojos son de color gris claro y mira francamente a la persona con quien habla. Para mí, eso siempre es una buena señal».
Fuente: "Napoleón, una biografía íntima" - Vincent Cronin