SANTIAGO CAMACHO
Setiembre 2005
Setiembre 2005
El escándalo estaba sobre la mesa y el cadáver de Calvi colgando de Blackfriar's no bastaba como chivo expiatorio. Alguien tenía que pagar. Había llegado la hora de que Marcinkus, Sindona y Gelli hicieran frente a sus respectivos destinos. Claro que algunos salieron mejor parados que otros.
Los problemas para Marcinkus y el Instituto para las Obras de Religión no terminaron con la aparición del cuerpo de Calvi en el puente de Blackfriar's. Más bien al contrario, se puede decir que comenzaron justo en ese punto. En cualquier caso:
El pontífice polaco no pronunció una sola palabra de cristiana congoja ni de humana piedad por la muerte violenta del banquero católico-masón que durante tantos años había negociado en nombre y por cuenta de las finanzas vaticanas .
Apenas dos meses después de la muerte del financiero, las autoridades monetarias italianas volvieron a reclamar a Marcinkus, y ahora no le iba a servir alegar desconocimiento, ya que traían consigo una copia de la carta en la que el IOR admitía ser el propietario de las ocho empresas «panameñas». No obstante, el arzobispo no se arredró lo más mínimo. Mostró a los funcionarios una misiva, firmada por Calvi, en la que éste solicitaba el documento de patrocinio, pero declaraba que ello no implicaba responsabilidad alguna para la Iglesia. Si aquello no bastaba, Marcinkus les recordó a sus visitantes que no tenían jurisdicción alguna en el Estado soberano del Vaticano.
Tal vez fuera así, pero ello no quería decir que el gobierno italiano fuera a quedarse de brazos cruzados. El ministro de Hacienda Beniamino Andreatta declaró a la prensa que «el gobierno está esperando una clara asunción de responsabilidades por parte del IOR . En vista de que la institución no parecía dispuesta a asumir tal cosa, el 31 de julio de 1982, mes y medio después de la muerte de Calvi, llegaron tres cartas certificadas al Vaticano. Procedían de Milán y los destinatarios eran Paúl Marcinkus y sus dos colaboradores más cercanos, Luigi Mennini y Pellegrino de Strobel, que habían pasado a residir en el Vaticano para eludir, de esta manera, cualquier posible acción de la justicia italiana . Se había iniciado una investigación sobre la posible implicación de los interesados en la quiebra del Banco Ambrosiano. Los jueces de Milán encargados del caso habían decretado el embargo cautelar de los bienes que los tres sospechosos poseían en territorio italiano .
En la prensa el escándalo ya estaba servido desde hacía tiempo, tanto que el rotativo La Repubblica comenzó a publicar una tira cómica con el título «Las aventuras de Paúl Marcinkus».
EXCLUIDO DEL SÉQUITO
Marcinkus comenzó a ver declinar su estrella y quedó excluido en los viajes del séquito papal. De hecho, durante el primer viaje de Juan Pablo II a España, en noviembre de ese mismo año, ya no se pudo ver al antaño imprescindible arzobispo entre los acompañantes del pontífice. Para unos, ello se debió a que la compañía de Marcinkus comenzaba a ser percibida como embarazosa por el propio papa, que no deseaba verse públicamente relacionado con un encausado por los tribunales. Para otros fue el episcopado español el que declaró a Marcinkus persona non grata. Finalmente, es posible que fuera el mismo arzobispo quien se resistiese a abandonar la seguridad de los muros vaticanos ante las amenazas telefónicas y escritas que le llegaban casi a diario por parte de la mafia .
En un intento por calmar los ánimos de las autoridades italianas, el secretario de Estado Casaroli propuso la creación de una comisión de investigación mixta con tres representantes del gobierno italiano y tres del Vaticano. El 27 de diciembre de 1982 comenzaron las sesiones, y como era de suponer los resultados no fueron concluyentes; mientras tanto los representantes vaticanos daban por demostrada la no implicación de la Santa Sede con las empresas «panameñas», ante lo cual la mayoría de los italianos no se mostró en absoluto de acuerdo .
Pasquale Chiomenti, presidente de la comisión por parte gubernamental, concluyó que existía «más allá de toda posibilidad de duda, la prueba de que, al menos desde algún tiempo a partir de 1974, entre Roberto Calvi y el IOR hubo estrechas relaciones, todas ellas con el fin de cubrir posiciones y actividades no muy ortodoxas de Roberto Calvi en el ámbito del Banco Ambrosiano y de las sociedades u otras entidades directa o indirectamente controladas por éste».
Los acreedores se sintieron decepcionados ante semejantes conclusiones y continuaron presionando para que la investigación judicial no cesara. Así, las pruebas que señalaban al IOR como propietario de las sociedades «panameñas» fueron saliendo a la luz. En los archivos de la Banca del Gottardo, por ejemplo, apareció un documento firmado por altos funcionarios del IOR, y fechado el 21 de noviembre de 1974, en el que se solicitaba de este banco la creación por cuenta del IOR de una compañía llamada United Tradíng Corporation, precisamente una de las empresas fantasma .
Ya se sabía desde hacía algún tiempo que la Banca del Gottardo, en Suiza, era una de las claves para incriminar al IOR en las irregularidades financieras de Roberto Calvi:
Desde su detención en mayo de 1981, Calvi había ejercido una presión enorme sobre el Vaticano, buscando ayuda tanto para sus problemas legales como para los apuros financieros del Banco Ambrosiano. Durante su estancia en la cárcel, Calvi comunicó a su familia que las operaciones anómalas con acciones por las que estaba siendo juzgado habían sido realizadas, en realidad, en representación del IOR. Explicó que las pruebas de la implicación del Banco Vaticano se hallaban en documentos depositados en la Banca del Gottardo, documentos que ésta no podía dar a conocer sin autorización del IOR de acuerdo a las leyes suizas sobre el secreto bancario .
UN PAGO DE «BUENA VOLUNTAD»
Más tarde se descubrirían otras irregularidades que implicaban, por ejemplo, a la United Trading Corporation (la empresa presuntamente creada por el IOR) en la estafa de 69 millones de dólares al Banco Andino .
Los tres encausados se acogieron al beneficio de inmunidad, previsto en el artículo 11 del Tratado de Letrán, que impide la interferencia del Estado italiano en las «instituciones centrales de la Iglesia católica» (algo que hay que recordar cada vez que se dice que el IOR no forma parte de la estructura de la Iglesia). El 3 de octubre de 1983, el juez instructor de la causa, Antonio Prizzi, rechazó que los inculpados tuvieran derecho a este beneficio:
A los miembros del IOR se les han enviado notificaciones judiciales referentes a indicios de delitos consumados en territorio italiano, con daños a súbditos italianos y realizados con la colaboración de ciudadanos italianos .
Ante lo contundente de las pruebas que se iban conociendo, el Vaticano se vio obligado a pactar con los acreedores el 25 de mayo de 1984. Este hecho se rubricó con la firma de un acuerdo en los locales de la Asociación Europea de Libre Intercambio en Ginebra. Allí, ante sesenta funcionarios en representación de 109 bancos acreedores, el IOR se comprometió a abonar 250 millones de dólares en tres plazos, que gracias al descuento por la rápida ejecución del pago se quedaron exactamente en 240.822.222 dólares y 23 centavos. Eso sí, se trataba de un pago de «buena voluntad» y la Santa Sede seguía sin reconocer su implicación en ningún hecho irregular .
Sin embargo, que los acreedores estuvieran contentos no quería decir que se detuviera el proceso penal. La batalla legal se prolongó durante varios años, en los cuales los jueces italianos se dedicaron a acumular pruebas en contra de Marcinkus. El 20 de febrero de 1987, el juez Renato Bricchetti emitió una orden de busca y captura contra Marcinkus, Mennini y De Strobel:
El apoyo del IOR, que ha sido un socio insustituible del sistema operativo puesto en marcha por Calví, ha representado una constante inequívoca en la actividad realizada por el grupo directivo del Banco Ambrosiano, hasta culminar en la expedición de las cartas de patrocinio, lo que se ha revelado perjudicial para los intereses de dicho banco .
HAY QUE CREER A MARCINKUS
Lo realmente relevante del contenido de esta orden de detención es que no se ponía en tela de juicio una o varias actuaciones con cretas del IOR, sino toda su relación con el Banco Ambrosiano durante años. El auto no dejaba duda respecto a la titularidad de las empresas «panameñas»: «Esas sociedades habían sido pensadas y eran controladas por el IOR y por Roberto Calvi; después, se habían puesto a disposición de éste para que llegaran a ellas, procedentes de otras asociadas, sumas ingentes que figuraban como operaciones bancarias normales».
A pesar de ello, ni Marcinkus ni los otros dos directivos del banco fueron nunca procesados . El 6 junio de 1988, el Tribunal Constitucional italiano hacía pública una sentencia según la cual ningún tribunal de la república italiana tenía potestad para procesar a los sacerdotes ejecutivos del IOR, en virtud de la inmunidad garantizada por el Tratado de Letrán.
Marcinkus siguió negando su responsabilidad, y declaró, sorprendentemente, no conocer los documentos que él mismo firmaba. Pese a haber estudiado Derecho en Roma y ser durante diez años presidente del IOR, no tuvo el menor reparo en reconocer que ni leía ni comprendía los documentos del banco. Él no había hecho más que confiar en Calvi y éste había abusado de su ingenuidad .
Si había una sola persona que creyera la versión del arzobispo, ése era Juan Pablo II, cuyos lazos personales con Marcinkus, lejos de enfriarse, se habían estrechado en aquellos años, tantos que, incluso, se planteó nombrarle cardenal. Sin embargo, el proyecto tuvo que cancelarse debido a que sus asesores le avisaron de que semejante nombramiento podría suponer un escándalo de consecuencias funestas para la ya menoscabada imagen pública de la Iglesia. Aun así, no se descartó que Marcinkus fuera nombrado cardenal in péctore, cuya identidad es conocida sólo por el papa.
(Esta fórmula permite a los papas honrar a prelados cuyo nombramiento podría plantear riesgos para ellos mismos, para las relaciones del Vaticano con otro Estado o por simples razones de conveniencia. De hecho, Juan Pablo II nombró 21 cardenales en el que sería su último consistorio, en octubre de 2003, y anunció que guardaba «en su corazón» la identidad de uno de ellos.)
Algunos personajes relevantes del panorama vaticano, como los cardenales Benelli y Rossi, llegaron a solicitar que Marcinkus fuera depuesto de sus cargos y expulsado del Vaticano. Pese a los esfuerzos, los cardenales no pudieron vencer la barrera levantada por el propio papa, que protegió a Marcinkus e hizo oídos sordos sobre cualquier comentario desfavorable hacia su amigo.15 Cada vez que una crítica hacia Marcinkus llegaba al papa, Juan Pablo II exigía que se le presentasen pruebas irrefutables de la participación del arzobispo en los negocios fraudulentos que se gestionaban desde el Banco Ambrosiano: «Hay que creer a Marcinkus cuando dice que ha sido engañado por Calvi» . Esta actitud se prolongó durante los cuatro años en los que Marcinkus permaneció refugiado en la Santa Sede sin poder pisar suelo italiano.
Finalmente, en 1991, y tras el pronunciamiento del Tribunal Supremo italiano, Marcinkus partió a un dorado exilio a Estados Unidos. En 1995 se conoció otro escándalo, esta vez referido al tráfico ilegal de oro, que implicó al arzobispo por su aparente proximidad con el principal encausado, un agente de la CÍA retirado llamado Roger D'0nofrio, que fue detenido en Italia. Otra investigación, esta vez por parte del Departamento de Estado norteamericano, le puso de nuevo en el punto de mira a raíz de los millones de dólares del oro nazi desaparecidos de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial.
Paúl Marcinkus tiene hoy 83 años. Vive en una casa de siete habitaciones valorada en 180.000 euros que compró en 1997 cerca de los campos de golf de Sun City, Arizona, donde, protegido por su pasaporte diplomático italiano, juega todos los días al golf y disfruta de caros puros habanos . Hasta la fecha sigue negando todos los cargos en su contra:
He sido acusado de asesinar a un Papa y de estar envuelto en el fraude del Banco Ambrosiano. Ambos cargos son absolutamente in fundados y falsos. Me repito a mí mismo continuamente: quizá esta es la forma en que Dios tiene de asegurarse de que yo ponga mi pie en la puerta del paraíso. Si lo pongo, no puede cerrarme la puerta .
SOLIDARIDAD
Sin embargo, el alejamiento de Marcinkus de la Santa Sede no significó el final del problema, sino su entrada en una nueva fase cuando se descubrió que el dinero desaparecido del Banco Ambrosiano y del resto de empresas afines había ido a parar, aparte de a Calvi, a Propaganda Due y a los escuadrones de la muerte iberoamericanos, al sindicato polaco Solidaridad, tan apoyado por el papa Juan Pablo II. De hecho, más de cien millones de dólares habían terminado en Polonia. No es de extrañar que los más suspicaces empezaran a sospechar que el papa estaba al corriente del destino y la procedencia de aquel dinero:
Los flujos de dinero llegaban a Varsovia a través del IOR y, más concretamente, a través del Instituto Financiero, que era el aliado laico por excelencia de la banca vaticana y de Marcinkus: es decir, el Banco Ambrosiano, cuyo presidente era Roberto Calvi. En enero de 1981, tales informaciones fueron confirmadas, autorizadamente también por los franceses, cuyos servicios de inteligencia eran muy diferentes de los italianos .
En 1982 Calvi habló de estas operaciones con su «amigo» Flavio Carboni, sin saber que éste llevaba escondida una grabadora:
Marcinkus debe tener cuidado con Casaroli, que es el jefe del grupo que se le opone. Si Casaroli se encontrase con uno de esos financieros de Nueva York que trabajan para Marcinkus enviando dinero a Solidaridad, el Vaticano se hundiría. Tan sólo bastaría con que Casaroli encontrara uno de esos papeles que yo conozco y adiós Marcinkus, adiós Wojtyla, adiós Solidaridad... La última operación sería suficiente, la de veinte millones de dólares. Hablé con Giulio Andreotti, pero no tengo muy claro de qué lado está. Si las cosas en Italia siguen por un rumbo determinado, el Vaticano tendrá que alquilar un edificio en Washington, detrás del Pentágono. Muy lejos de la basílica de San Pedro .
La situación social en Polonia estaba presidida por una crisis económica que solamente pudo ser paliada por el endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Banca Internacional, la emergencia de un movimiento obrero —Solidaridad— con una amplísima organización y una dirección dividida entre católicos e izquierdistas y, por último, la poderosa influencia del catolicismo en el país. El pueblo polaco ha atravesado a lo largo de su historia varios períodos de disolución nacional en los que la religión católica se convirtió en fundamento de su identidad. Los opresores, rusos o prusianos, tenían otra religión. Paradójicamente, el autoritarismo del Estado comunista dio un enorme empuje a la religiosidad. Mientras que en Occidente las iglesias se vaciaban paulatinamente, en Polonia el cristianismo gozaba de buena salud y la opresión política estimulaba un síndrome del mártir cristiano.
A principios de los ochenta, la conflictividad obrera tenía en jaque al régimen polaco. Los norteamericanos estaban ansiosos por intervenir para erosionar a su rival geopolítico, pero ello acarrearía graves tensiones diplomáticas. En este escenario, Juan Pablo II fue la pieza clave tanto en lo ideológico como en lo económico.
Y ¿QUÉ FUE DE SINDONA?
Mientras todo esto acontecía en Italia, Michele Sindona atravesaba su particular travesía del desierto en Estados Unidos. Durante el verano de 1979 fue «secuestrado», como ya se ha mencionado anteriormente. Sobre este hecho sigue existiendo controversia entre los expertos a día de hoy. Unos piensan que se trató de un secuestro orquestado y organizado por el propio Sindona y sus socios de la familia Gambino para eludir la justicia, al menos durante el tiempo necesario para poner al corriente sus asuntos legales y, de paso, sustraer de sus cuentas un generoso «rescate».
Otros, por el contrario, opinan que varios miembros de la mafia y de Propaganda Due debían de estar muy nerviosos ante el inminente paso del financiero por los tribunales, ya que guardaba muchos de sus secretos y de su dinero, y decidieron reservarse un tiempo en su compañía para atar cabos, recuperar los fondos diseminados en decenas de cuentas secretas y recordarle a su socio lo conveniente para su salud que podía ser no contar nada comprometedor.
En cualquiera de los dos supuestos hay que reconocer que no se escatimó en la puesta en escena. El 2 de agosto de 1979, Sindona desapareció de su domicilio. Su secretaria recibió poco después una llamada telefónica anónima: «Hemos secuestrado a Michele Sindona. Recibirán más información». A la familia se le envió una carta: «Tenemos preso a Michele Sindona. Deberá responder ante la justicia proletaria». El mensaje estaba escrito en italiano y firmado por el Comité Proletario para la Implantación de una Justicia Mejor. El 16 de octubre, 76 días después del secuestro, Sindona fue liberado en Nueva York junto a una cabina telefónica, en la esquina de la 42 con la Décima Avenida de Manhattan. Presentaba una herida de bala en la pierna que había sido cuidadosamente limpiada y vendada.
Tras este extraño incidente, se celebró el juicio. El 27 de marzo de 1980, Sindona fue encontrado culpable de 68 cargos de apropiación indebida, fraude y perjurio en relación con la quiebra del Franklin National Bank. Fue multado con 207.000 dólares y sentenciado a cumplir 25 años en la penitenciaría de Otisville, en Nueva York. El 1 de septiembre de 1981, escribió una larga carta al presidente de Estados Unidos Ronaid Reagan en la que le solicitaba el indulto.
La misiva fue entregada en mano por David Kennedy, secretario del Tesoro durante la administración de Richard Nixon. Sin embargo, esta petición de ayuda quedó simplemente en eso, en una petición. Tres meses después recibió una contestación bastante fría en la que se le indicaba que su solicitud seguiría los trámites establecidos. Decepcionado, Sindona decidió recurrir a su antiguo amigo Richard Nixon, a quien también mandó una carta de cuatro páginas pidiéndole ayuda. Tampoco en esta ocasión obtuvo respuesta.
El silencio de sus amigos americanos no era lo peor que le esperaba a Michele Sindona. La justicia italiana seguía con su investigación y el hecho de tener al financiero encarcelado en Estados Unidos facilitaba su eventual extradición. El 7 de julio de 1981, el pueblo de Italia acusó a Sindona de haber ordenado el asesinato de Giorgio Ambrosoli y el 25 de enero de 1982 fue encausado en Palermo junto a otros 75 miembros de las familias Gambino, Inzerillo y Spatola en una macrocausa por narcotráfico. Finalmente se le extraditó a Milán y se le condenó a cadena perpetua en la prisión de máxima seguridad de Voghera.
A las 8.30 del 20 de marzo de 1986, Michele Sindona se disponía a tomar el desayuno en su celda. Como todos los días, el plato y la taza de café estaban sellados. Poco después se pudo escuchar un grito de angustia: « ¡Me han envenenado!». Cuando los guardias accedieron a la celda, encontraron al banquero tendido en el suelo y cubierto de vómito. Cuarenta y ocho horas después fallecía en el hospital, donde había ingresado en estado de coma. La causa de la muerte fue una dosis letal de cianuro mezclada con café. Cómo pudo suceder esto en una prisión de máxima seguridad sigue siendo un misterio.
PROBLEMAS DE CORAZÓN
Mucho más inteligente demostró ser Licio Gelli, el personaje que salió mejor parado de esta siniestra historia. Tras el descubrimiento por parte de las autoridades de la trama que orquestaba Propaganda Due, Gelli fue acusado de espionaje, conspiración, asociación criminal y fraude. Sin embargo, consiguió eludir los cargos huyendo a Argentina. El 13 de septiembre de 1982, Gelli se arriesgó a volver a Europa para retirar cincuenta millones de dólares de una cuenta en Suiza.
Las autoridades de aquel país no tardaron en detenerle, pero gracias a un soborno volvió a escapar antes de poder ser extraditado a Italia. En 1987 el banquero comenzó a negociar con el gobierno italiano las condiciones de su retorno, alegando graves problemas de corazón. Tras asegurarse de que sólo sería juzgado por delitos económicos, Gelli se entregó. Tras dos meses en prisión fue puesto en libertad bajo fianza debido a su salud y, una vez condenado, se le confinó a un arresto domiciliario en su lujosa villa de Toscana.
En 1998 huyó de nuevo, pero fue detenido dos meses después en Cannes. Fue encerrado en la cárcel de Regina Coeli. Sin embargo, volvieron a aparecer en el momento oportuno sus problemas cardíacos y se le permitió regresar a Toscana. En definitiva, por todos los delitos que hemos relatado (terrorismo, espionaje, conspiración, posiblemente asesinato y todos los fraudes económicos imaginables), Licio Gelli pasó un total de dos meses en presidio.
1 comentario:
Faltan muchos datos de interés publicados por David Y.Yallop,en su libro "En nombre de Dios".
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